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LA CIUDADDELVICIO

tes, los carruajes iban en todas direcciónes, cruzán.- dose, serpenteando, llenos de satidas de batle, en- mascarados finos y juerguistas con desvergwonzadas... Gabriel era un chiquillo moreno, de ojos ávidos, con presentimientos, muy precoz, y de una indolencia irritante... Y por cuanto se le deparaba de bello—las danzas, los trajes dorados colgando en las ventanucas de los guardarropas de Carnaval, los escaparates pro fusos de las joyerías, los muñe-os, las porcelanas pin- tadas, los cofres de facetas irisadas, las terracottas, las caretas, los cristales y los armarios—sentía una codicia invadirle y dentro de sí mismo, en la fogosa imaginación de l>s primeros años, turbulenta e inge- nua, creaba un mundo de regocijos y extravagancias, a cada paso modificado, refundido, remendado, hecho de nuevo, y nunca definitivo, por lo que ¡ba viendo en la paseata por las calles, Comenzó por ejemple a desear los soldados, caballitos y carros que veía en exposición en los almacenes de quincallería, a la puerta del Bernard, enfrente, en el Seixas, y aún más abajo, en la calle de Almada (1), en el escapa- rate de El Aguila de oro, en todas partes, final- mente...

Después, ya ambicioso de proyectos subía a un coche, con botas a la Federica y cabellera aniliada, o vestido de azul, al lado de un gran perro señoril, como aquellos lindos niños que acababan de pasar, en un alto landeéan de cuatro asientos...


(1) Rua Nova do Almada es una calle pendiente y muy cén- trica y animada que baja desde la Rua Nova do Carmo hasta la Rua de San Juliao.—N. del T.

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