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LA CIUDADDELVICIO

confiada, llena de ventura y disipado cualquier rece- lo, y que después de besarla, de gozarla, de cansar- se, de infamarse y de servirse de ella, convertido en fiera se había aburrido un día, mintiendo cuanto le prometiera de leal y sosegado...

Hacía dos años que saliera de la casa, un día de fiesta, en verano, cantando por la calle abajo, al oirla llorar, abrazada a los pequeños, pelliza al hombro, con unos humos aún de la borrachera de la víspera... ¡Aquel convivir con un hombre vicioso que la había oprimido tanto viéndola débil y abnegada, y a des- horas arrastraba para casa a los rufianes y beodos de su laya; transformando en prostíbulo el antro en que los hijos vivían, exigiendo bajezas de la mujer, explotándole la calderilla de la faena cruel que la aniquilaba, echándola muchas veces por los cabe- llos fuera de la puerta y al medio del fango; que había momificado la mocedad de ella en poco tiem- po, tornándole carantoña la risa, ajándole las car- nes, descarnándole las manos, ablandándole los se- nos, y dejándola allí estúpida, supersticiosa y con- vertida en una harpía!... Y por eso tal vez le amaba aún y recibiría si volviese—¡ay, quien lo diera! —al padre de sus chicuelos, que había participado de su l=cho y le había comunicado en la primera cen- tella del deseo el primer impulso de la maternidad...

Por la noche, nada había que comer y la pobre que: se sentía peor, dió ad mayor los restes del dinero, pa-

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