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LA CIUDADDELVICIO

le quería oir... Esa pasión repulsida y sórdida per- mi tía a la risotada soez de los granujotas de caba- leriza una serie de partidas de la más original obs. cenidad..,

El subterráneo de Clara tenía ventanuca sobre el patio de la cochera; abertura ablonga, estrecha, sin postigo ni vidriera, donde el horrible hocico del Tromba se pegaba atrozmente, en los días voraces de satiriasis,.. Y la pobre no era dueña de andar por la casa, arremangar. las blusas, peinar los cabellos, encorvarse, decir alto cualquier palabra, sin cue esa voz mecánica del idiota, hecha de soplos de fuelle: so- bre un organillo relajado, no gritase de amor desho- nesto, subiendo y arqueando, conforme a la sohre- excitación despertada .. Clara trataba de hurtarse cuanto era posible al campo visual de la ventana... Puso la cama a un ángulo, hacía la comida en otro, tenía la loza en un recodo cóncavo de otro rincón... Y si huía de las palabras de él, de sus miradas !la- meantes y propuestas desvergonzadas, era de ver la rabia del idiota impotente para atraerla a sí, como golpeaba en las paredes con puñetazos de poseíco, como enfilaba los brazos por la saetera del cubil, «gitando las largas manos de sapo en busca de una cosa que desgarrase y destruyese... Otras veces más quebrado, limitábase a quedar de centinela ante el agujero, a rondar a la puerta de la calle con sadicitu- des de perro hambriento... Y Clara sentía los zuecos suyos golpeando las piedras, veíale la faz unida a los hombros con humildad sombría, risas de pergamino, ana delgadez hoffmánjca, y por la camiseta en des-

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