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LA CIUDADDELVICIO

otras veces, perdida la esperanza, era una imprecación a la insensibilidad de Dios y del cielo, y enronque- cían de angustia... Por fin, el cuervo viejo saltó de una vez y con un picoteo goloso arrancó un ojo al cadáver... Entonces los demás vinieron en torbellino, abofeteando a la madre con las alas metálicas, graz- nando de voluptuosidad en la disputa de algún bo- cado... Con esfuerzos desesperados, la oveja resistía, golpeando a los verdugos con su frente sin cuer- nos; y retrocedía, ponía en rotación el anca y los miembros posteriores, saltaba bruscamente, picoteada, en esa gran lucha desigual... Ápenas esos picos, la- cerando toda la piel del cordero; le habían desnuda- do el rojo de la carne, no hubo más resistencia posi- ble; ¡tamaño fué el ímpetu de la embestidal... Agoni- zando entonces, por todo el cuerpo herida y escu- rriendo sangre a borbotones, la oveja ya no sabía qué hacer... Balaba recio, levantando el hocico cu- bierto de mocos rutilantes; había perdido un ojo en la pelea, pero, ¡embistiendo siempre la desgraciada!....

Cuando ya todo era imposible, y el borrego, por los desgarrones del vientre, soltó los instestinos en un comienzo de podredumbre, nada puede dar idea de la alegría salvaje y del apetito pantagruélico de esa canalla sin freno... Disputábanse los bocados de pico para pico; y los más atrevidos, alojábause por debajo de la oveja, con el propósito de banquetearse mejor...

En ún postrero balido, en que se exhalaba tam- bién el postrero esfuerzo, dejóse la madre caer enci- ma del hijo, aniquilada, resignada, sin queja; y hasta

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