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Fi¡ALHO D'*ALMETDA

nizar allí de impotencia, junto al hijo cubierto de moscardones verdes... Y como se sentían fuertes por el número, lejos de la vista del hombre, señores de campo y azuzados por la calma, entraban ya de esca- ramuza, armando una salida, a empujones en el mis- mo sitio, enfundando las alas como para aligerar los cuerpos, y dispuestos a la primera señal. El cuervo viejo estaba al frente, contemplando el cadáver con la cabeza pensativa, con idea tal vez de lograr una presa de león... Y muchos picaban el terreno al azar como disfrazando las intenciones mientras la oveja se levantaba ti abajosamente y con el cuerpo acurru- cado, las piernas oscilantes y la nariz afligida, venía a cubrir los restos de su pequeño difunto.

Llovía fuego del cielo empañado y tranquilo, como de un capacete en brasa, Humos sucios de hogueras subían rectos, de trecho en trecho; era la hora te- rrible en que el paisaje no tiene sombras ni corrien- tes el aire y vienen dentelleos crudos de todos los ángulos y superficies...

El borreguillo muerto estaba con el ojo inyectado, en una especie de éxtasis ante la luz, y medias risas en la boca entreabierta donde ya había larvas de insec- tos... Y la oveja le guardaba entre las patas, girando la cabeza a uno y otro lado, a medida que la petu- lancia de los cuervos se recrudecía... Sus balidos flojos salidos del fondo de su pecho, tenían modula- ciones de desesperación mortal y unas veces implo- raban en vano clemencia, vibrando lágrimas de san- gre, refiriendo que aquel era su hijo,contando la vida del rebaño, queriendo escaparse por la emoción;

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