FIALHO D'ALMEI!DA
mirar de cerca a los dormilones del rebaño y vino avanzando matorral adelante, contra el borreguilla, muerto, con entrecejo de inquisidor, siniestro y fiero, mientras el otro quedaba a la espera, todo inquieto, revoloteando, consultando al vecino, más cobarde tal vez. La oveja no se movió...
Conservaba la cabeza inerte hacia la tierra, las viernas dobladas bajo el peso del cuerpo, la oreja caída y blanda, y la cola sin movimiento, pareciendo muerta... Aquella extinguida postura animó al car- nivoro, que vin» al pie mismo del grupo y se puso a yirar en derredor, mansamente, asentando las patas con una especie de precaución, gestos desdeñosos de cabeza y sordos ruidos de sierra en el pico poderoso. Pero en las pilastras separadas del molino, dos cue:- vos más acabábanse de posar, aún mayores y más negros... Ya el sol ponía su cáustico de luz en los arenales, y se oía un chirriar seco de cigarras en 108 árboles... Atraídos ahora unos por otros, los malditos abatíanse en bandadas, después de revolotear en elipsoides, por encima de la presa. Y « docenas, las cabezas fúnebres surgían por detrás de las rocas, for- «'uando cónclaves de imomento, desbandándose como fantoches, viniendo de nuevo a arremolinarse a salti- tos, ondulando, subiendo, descendiendo y formando circuito, como en una danza salvaje...
El ataque parecía ordenarse a medida que se en- grosaban las filas. Habia ya un jefe, viejo cuervo sin cola, ferozmente nambriento y audaz, que, al final, con un gran empujón embistió sobre el cadáver a picotazos. Los demás se apretaron cerrando el círcu-
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