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LA CIUDAD DEL VICIO

sido mal dormida por él y casi pasada en el cálculo de los meses de trabajo que había de cumplir para volver a recobrar el triste dinero empleado en sus ovejas muertas. Á un ecaso de extraordinario escarla- ta, intenso, gradual y enorme, rosando las aristas de las rocas con fugitivas ondulaciones de riachuelo, formas desnudas de troncos, rinconcitos y claros del bosque, había sucedido una reviviscencia de rumores, desde la mañana no interrumpida: vuelos de tórtolas y palomos, gritos de mirlos, codornices, papa-higos, y el gri-gri de los abejarucos, vivo y musical en la al- tura, prediciendo el aura de latarde y anticipando por el canto espaciado las Ave- Marías rústicas de loscam- panarios. Vagorosamente, las cimas se Uscurecieron. Losarboles fuéronsefundiend.»en penumbras errantes, a medida que se tornaba plúmbea y gris ia hoguera «ucendida del cielo; y por fin, también la última risa ue luz se fué, ya serenamente dormía el campo, fati- gado del día tórrido y a espacius resonando en el rumoreo dulce del follaje... El rebaño anunció gra- cualmente esta transmutación de horizontes y este amortiguarse de tintas por el tono y la duración de los balidos...

Cada vez que apuntaba en las nubes alguna deesas glorias efímeras, color debroncede Tonkin, esbozadas ál acaso como en fines de tela impresionista, dejan- do filtrar en lo errante de la perspectiva, lentamente, unas filamentos más noctivagos de sombra, salía de «sas gargantas un coro fúnebre modulado en tré- molos de llanto, absorciones de alegría, ritmos de balada y todo convulso a veces en la aflicción de los

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