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MATER DOLOROSA

L: noche fué a sorprender al rebaño en los cabe- zos de Montaláo, avanzadas de la cordillera adusta que, cerrando el valle por el Norte, venían a morir poco a poco en otros ya cultivados, y más ra- ros a medida que en volumen y redondez decrecían...

Era uno de esos veranos alemtejanos, calcinantes y sazonadores, en que el sol arde desde el naciente hasta el ocaso, no se mueve una hoja ni hay un susu- rro imperceptible y todos los echos de ríos de ribe- ras chupadas y corcovas de caminos centellear bajo la luz en reverberaciones implacables; tiempo en que se trabaja de noche, las perdices hacen nido, las hi- gueras y las viñas dan frutos, y en los rincones de las huertas, los erizos rebullen por debajo de los ci- ruelos y de los albaricoqueros, espetando en las púas de su armadura la provisión de unos pucos días...

Oteros y tierras de labrantío estaban ya segados; veíanse rastrojos amarillentos irrumpiendo de la tie- rra pulverizada como barbicies blancas en rostro de

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