Sólo faltaba el día de la visita, retardado por pereza, porque hay que salir a la calle, porque hay que ir al cinema, porque estaban sucios los zapatos, porque no había para rasurarse la barba.
Hasta que se realizó la idea, con buen ánimo; limpiándose muy bien las uñas y perfumándose la boca con chiclets.
No recuerdo si se le había pedido la visita; pero, valiente, llamaba por allí, bien atrás, después de haber atravesado muchos corredores —todas las casas son viejas.
Se le hizo entrar y tomar asiento.
Fotografías en los chineros, fotografías en las paredes, fotografías en las mesas: la madre, la abuela, la tía; el padre, el abuelo, el tío —colorados y mostachudos.
Bueno, la sobrina de esta tía soltera, ¿es sobrina?
ntró la muchacha. Un poco chola y con los pelos gruesos. La carretera de los piojos en la mitad, y con trenzas. Sólo que era exuberante y de boca jugosa.
¡Ah, ese sombrero con que la había visto por la calle!