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los otros, y que estaba sobre todo la copia de A o B, carnales y conocidos. Tanto que Edgardo, héroe de novela, alma en pena, olisquea las maderas olorosas de los tocadores, llama a la alcoba de las doncellas e infla el velamen del deseo entre las sábanas de lino. Edgardo, héroe de novela, martirizado por la perpetuidad de las evocaciones, alguna vez amanecerá colgado a la ventana del gregarismo, finalizado por la escala de seda del desprecio. Sólo quedará el fantoche inventado, huyendo cada vez más sediento de la revelación.

Pero el libro debe ser ordenado como un texto de sociología y crecer y evolucionar. Se ha de tender las redes de la emoción partiendo de un punto. Este punto, intimidad nuestra, pedazo de alma tendido a secar lo enfoco hacia los otros, para que sea desencuadernado en un descanso dominical, o desdeñosamente ruede sobre una mesa descompuesta o en el atiborramiento de la mesilla de noche.

¿Y cómo te dejo, Teniente? Ya arrancado de mí volitivamente, tengo prisa por la pérdida. Ante una amenaza definitiva e indispensable, surge la espera de la amenaza, y es tan fuerte como la espera de la novia.

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