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la iluminación de una ventana con luz de vela o por una risa especial, conocida hasta la saciedad y que va a sacudir el anhelo. Se cree que tras de esa risa irá un palmoteo en el glúteo: sonido ancho, lleno, de carnes gordas.

Las luces necesitan unas frases propias: siempre provienen de una vela chorreada, de pavesa masacotuda, y como el viento se entra por las rendijas y los entarimados, en las ventanas titilan, se agachan y gritan. Cuando la fachada está negra, por la puerta de la calle se ve una cuchillada clara en el patio fangoso. Cuchillada que es fija y certera. Desaparece y aparece, conforme la puerta trague o vomite un hombre. Siempre hay alguien que espera las bascas de la puerta. Cuando por excepción no lo hay, debe ser dolorosa la inquietud de adentro.

Los que van por estas calles se agazapan en sí mismos, en espera de la hora necesaria de vergüenza. En los ojos les brilla algo. Yo tengo sobre mi mesa un búho negro, con ojos de cristal amarillo claro. Los que van por estas calles guardan entre los párpados cristales amarillo claro. Empecinados como

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