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—Oh, esto es una maravilla.

Escondidos tras los postigos de las puertas hay una infinidad de epígonos que, a su declaración, saldrán a batir palmas. Nuestros zaguanes, aparentemente desiertos, están poblados de hongos.

En verdad, puede ser muy pintoresco el que una calle sea torcida y estrecha hasta no dar paso a un ómnibus; puede ser encantadora por su olor a orinas; puede dar la ilusión de que transitará, de un momento a otro, la ronda de trasnochados. Pero está más nuevo el asfalto y grita allá la fuerza de miles de hombres que han bregado por el pan en nuestros días. Y como canta allí, dinámicamente, la canción del progreso; como hay un torbellino de vida, debemos sentimos mejor en nuestra carrera tras el tranvía que oyendo el eco de las pisadas en el tubo de la calle.

Los neo-gemebundos creen en su liberación sin ver que son esclavos del pasado. Somos y no somos porque es muy cómodo el descanso sobre lo que se hizo, conquista; así se paga lo que nos dieron y despoblamos el presente. ¡Siempre cara a atrás!

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