Con la carga del amigo al lado —es una carga porque cuando nos encontramos con otro es necesario pensar en las cosas de él a más de las nuestras— siguió ocupando su desocupación. Andar por llenar el tiempo, por esperar que sean las doce (en los demás casos se pondrá otro número), hora capitalísima en la vida de un hombre que no tiene qué hacer, hora del almuerzo; tras la cual se luchará por llenar el tiempo en espera de las siete. El hombre común gira en torno de estas dos horas y todos sus negocios y operaciones están en referencia con ellas; así nunca dice "a las dos" o "a las nueve", sino "después del almuerzo", "antes del almuerzo", "después de la comida", "antes de la comida". (El tiempo, para nosotros, ha comido una sola vez; el año I de la E. C.)
Aunque también el amigo nos distrae y es causa de una fuga concentrativa, perdemos el hilo de lo que obstinadamente teníamos en el cerebro, importante o estúpido, pero obsesionante...
Bien: los dos Tenientes hacían tiempo.
Y como dentro de los accidentes de la vagancia puede presentarse cualquier rincón, apareció