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—¿Qué hago?

—¿Qué hacemos?

—Dios mío...

—¿?

—Escóndete.

Y salió muy alegre.

Yo fui un reptil bajo el sofá.

Claro, no tenía miedo; pero por ella, por ella.

Después oí voces: hablaba el hermano de él. Oh, me tengo muy conocidas todas esas voces. Un largo silencio afuera, mientras aquí dentro, en el pecho, había una bulla endemoniada.

Vinieron unos pasos menuditos y me pareció ver a la hermana de él, con zapatos de tacones bajos, que buscaba algo. Se me extravié el pensamiento.

—Hola, hola —dijo, encontrándome.

Se atravesó mi corazón en la garganta.

Saqué la cabeza. ¡Era ella! Transformada, pues se había puesto de casa, para demostrarme intimidad.

—Ya lo mandé, no te asustes. Figúrate, hombre, figúrate. Lo del principio. Estábamos que nos comíamos.

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