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bien y unas cuatro sillas para poner el cuarto con decencia. Si pensara en elegancias sería en comprar una pantalla azul para la luz y unas alfombras "mullidas", colmo del ideal novelesco.

Es preciso suponer que no tuviera hogar y viviera a la barata y al zaguán.

Y la satisfacción de esas necesidades implicaba un desequilibrio presupuestario en el hombre muerto e inactivo, eterno parásito avolitivo. Por lo que la vida le hincaba las garras en el pecho y presionaba sobre él de manera a perfeccionar la fórmula "dejar hacer", causa de la ruina individual.

Al través de la vida mental bullente, desordenada, paradójica, se estiraba el barrio de


San Marcos


cuyo nervio céntrico, calle estrecha, había desarrollado con sus pequeños accidentes diversas disposiciones emotivas. De puntillas sobre la ciudad, su plano sería un cuero tendido a secar. San Marcos: una larga prolongación sobre una inflada rugosidad del suelo. Lo más curioso es su campanario,

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