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recepción de los tonificantes: Orison Sweet Marden y el ceñudo Atkinson.

La novela se derrite en la pereza y quisiera fustigarla para que salte, grite, dé corcoveos, llene de actividad los cuerpos fláccidos; mas con esto me pondría a literaturizar. Estas páginas desfilan como hombres encorvados que han fumado opio: lento, lento, hasta que haga una nube en los ojos de los curiosos; galope desarticulado por el "ralentive" en las revistas de caballería de Saumur.

Nuestro Teniente quisiera tener, en la realidad, un caballo así, que al dar el salto descomponga sus movimientos en tiempos invariables y desmayados. Sería lo más cómico y distinguido del mundo. Además una manera segura de conquistar la celebridad. Se le conocería en el último rincón y las amigas podrían decirle:

"Ay, qué precioso es su caballo; cada vez que lo vemos nos acordamos de usted" y otras cosas apropiadas.

Pero lo que actualmente necesitaba no era un millón de sucres ni la imagen que tenía de los caballos de Saumur, sino dos mesas más o menos

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