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—¿Cómo? ¿Qué dice?

—Que está muy linda la mañana.

—¡Ah! sí, muy linda... ¿Pero, por qué no entra? Entre un momento, Teniente.

—Usted es muy amable...

—Entre...

—Oh, esto va muy bien!

Y como parece que los viejos han salido, nos sentamos cómodamente. Esta vida es almibarada. La beso y me besa. Sus dientes son pequeñas tazas de té y estoy encantado de pasar mi lengua por el esmalte nuevo. Como le arden las mejillas suavizo mi epidermis en este nuevo hornillo del amor. Se han abierto los claros postigos de sus ojos y le veo el alma asustadiza. ¡Postigos abiertos para mí! (La tendré todas las tardes y mientras fume me acariciará las manos. Será magnífico estar con ella cuando llueva. Si leo, me pasará los dedos por el cabello. ¡La tibia malicia que arranca desde el cuero cabelludo! Es la voluptuosidad que nace del final afilado de los dedos).

Micaela o Rosa Ana.

La vida que se alarga así une las disgregadas partículas del espíritu y distiende los músculos

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