Los que estuvieron con ellas se habían ido. Entonces el Teniente se puso pálido y las mujeres dejaron la atención en mantener a la convulsionada dentro de los límites de la moralidad. Había también una vieja en busca de éter por los rincones y una chica que abría los ojos. Esta vieja y la mujer fea exhalaron sus cuerpos tras un médico. La otra se sintió sola; pero él estuvo trágicamente mudo, aunque la viera a los ojos y ella bajara la cabeza, cómplice en el motivo del mal de su amiga, sorprendida con las manos en el divertimento dudoso.
Lo demás nada importa. Claro que tampoco el hecho; sólo queda en el espíritu del Teniente, amargado por el examen de su situación ante la que pudo establecer con él un lazo afectivo, inevitable por el especial acercamiento que nace cuando dos personas se encuentran en cualquier estado íntimo.
La afección emanara: de su posibilidad —se levantaba alrededor de ella un insistente humor amable—; de haberse dirigido en otras ocasiones miradas prolongadas; de las mismas circunstancias ya referidas, predisponentes: un hombre entra de