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enorme caballo, le hizo temblar, resonaron sus concavidades, y se oyó una especie de gemido. Si no hubiéramos tenido contra nosotros, decia Eneas en su relacion á la diosa Dido, los destinos y nuestra propia ceguedad, habríamos imitado á Laocoonte, abriendo con el hierro la fatal cueva de los griegos; y los muros de Troya, con el magnífico palacio de Príamo, subsistirian todavía.

En aquel momento llegaron unos pastores troyanos haciendo mucho reuido y presentaron al rey un jóven griego con las manos atadas por la espalda. Este incógnito se les habia presentado, y se habia entregado por sí mismo, con el designio de engañar con su estratagema, y hacer que se abriesen las puertas de Troya á sus compatriotas. Al verle acudieron