Página:Cumanda.djvu/124

Esta página ha sido corregida
101
CUMANDÁ

— Y yo creo, joven blanco, que tengo por deber sacrificarme por tí. Esto sucederá primero antes que tú puedas conseguir tu buen deseo. Cumplir ese deber, morir por tí, será mi única dicha.

— Hermana, ¿por qué tienes esas ideas tan tristes? ¿por qué te anuncias cosas tan funestas?

— Yo no lo sé; lo sabrá el buen Dios que mueve mi lengua en este momento.

Cumandá exhaló un hondo suspiro, y sin dar á Carlos tiempo para contestarle, prosiguió:

— ¿Nó sabes que mientras más tristeza tengo, te amo más, y que se aimienta mi tristeza á medida que crece el amor? Y tú, amado blanco mío, ¿dejarás de amarme algún día?

— ¡Nunca! ¡nunca jamás! contestó Orozco en tono apasionado.

— ¡Ah! bueno; te creo, hermano: tienes el corazón hermoso como el semblante, y es imposible que digas lo que no sientes. Aunque yo quede hecha tierra aquí, y mi alma se vaya al lugar donde viven el buen Dios y la Madre santa y los buenos genios que los cristianos llaman ángeles, no dejarás de amarme. En cuanto á mí, guárdate de hacerme la pregunta que yo te he dirigido, pues sabe que, como te amo con el alma, en el país de las almas seguiré amándote. ¿Acaso amar como nos amamos es cosa mala, para que el buen Dios me impida amarte aun en el cielo?