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Ruben Dario

ras de brujas o regordetas caras infantiles. Al amor de una naturaleza como de fantasía, se vivía una vida casi de sueño.

Artistas y artesanos realizaban labores extraordinarias, que llegaban a las naciones lejanas como de imperios de cuento. Se educaba la sonrisa y se inculcaba la afabilidad. Se conservaban con respeto las antiguas y sagradas tradiciones en el dulce ambiente de una existencia sencilla. Se desconocía el egoísmo y se practicaba la más perfecta y blanda cortesía. Los preceptos del viejo Confucio ordenaban la severidad y la imparcialidad a jueces ceremoniosos. Había un profundo concepto de la justicia y de la virtud, un aspecto innato de la superioridad jerárquica, y el superior era bondadoso, y sumiso y sagaz el inferior. Bonzos sabios enseñaban la fuerza de las plegarias y la fe en las potencias ocultas. La paciencia y la tenacidad eran virtudes comunes; eran desconocidas, o raras, la doblez, la inquina, la traición. La poesía se mezclaba a la vida cotidiana. El amable «saké» hacía cantar más tiernamente a las «samisén». Se tenían para el huésped los más amables «sayonaras». Se pasaban horas de miel y caricias, con sutiles amorosas que tenían nombres de

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