saya. Marta lanza las palabras más malas a más alta garganta. Al azar pasan atalayas, alarmadas a tal algazara, atalantadas a las palabras:—¡acá! ¡acá! ¡atrapad al canalla-mata-damas! ¡amarrad al rapaz!—Van a la casa: Blas arranca tablas a las gradas para lanzar a la armada; más nada hará para tantas armas blancas. Clama, apalabra, aclara ¡vanas palabras! nada alcanza. Amarra a Blas, Marta manda a Ana para Santa Clara; Blas va a la cabaña. ¡Ah! ¡Mañana falta!
¡Bárbara Marta! avara bajasa[1], al atrancar a Ana tras las barbacanas sagradas (algar[2], fatal para damas blandas). ¿Trataba alcanzar paz a Ana? ¡Ca! ¡Asparla[3], alafagarla, matarla! tal trataba la malvada Marta. Ana, cada alba, amaba más a Blas; cada alba más aflatada, aflacaba más. Blas, a la banda allá la mar, tras Casa Blanca, asayaba[4], a la par gran mal; a la par balaba[5], allanar las barras para atacar la alfana[6], sacar la amada, hablarla, abrazarla...