espléndidos, va el amor triste, el vicio sórdido, la miseria semidorada, o casi mendicante, la solicitud armada, la caricia que concluye en robo, la cita que puede acabar en un momento trágico, en el barrio peligroso, o en la callejuela sospechosa.
Mas los felices no se percatan de estas cosas. Los que van al bar elegante en un 40 H. P. no piensan en el proletariado del placer. Ni el extranjero pudiente viene a fijarse en tales comparaciones. El ha venido con la visión, con el ensueño de un París nocturno, único y maravilloso. Halla todo lo que necesita para sus inclinaciones y sus gustos. Sabe que con el oro todo se consigue, en las horas doradas de la villa de oro, en donde el Amor transforma ese rincón de alegría, en donde hace algunos años todavía se soñaban sueños de arte y se amaba con menos desinterés. Aun los tiempos del Chat noir se recuerdan con vagas nostalgias. ¡Se dice que los artistas de hoy, los mismos artistas! no piensan más que en la ganancia, y que el asno Boronali, del Lapin Agile, es el único artista verdaderamente independiente. Así, los hombres cabelludos y con anchos pantalones y con pipas, que se ven por Montmartre, no son artistas siquiera. El talento mismo, en