producto extraordinario de nuestra moderna civilización. Puede tener todos los defectos, y ser tramp sin tener ninguno. Como el atorrante.
El tramp, en su calidad de mendigo de profesión, es fácil de conocer y de describir. Se presenta a la puerta de una villa, por ejemplo, y pide una limosna. Su rostro inflamado denuncia una vida de débauche, y sus vestidos desgarrados y en desorden son una verdadera caricatura de todo lo que es decente y elegante; sus ojos hundidos tienen miradas agresivas, y cuando se fijan, parecen decir: «Dame de comer pronto, o quemo tus establos y la casa, y asesino al dueño».
El tramp vagabundo es perezoso, borracho muy frecuentemente, lleno de todos los vicios, y de un trato brutal. En una palabra, es el terror de los lugares poco poblados, y el problema de las grandes ciudades.
Una ciudad de Massachussets solamente ha alojado 852.000 tramps, los cuales, con muy pocas excepciones, debían su estado a la intemperancia.
Existe, sin embargo, otra especie de tramps, que no pertenece a la clase de los tramps mendicantes: es el tramp por fuerza, digámoslo así.