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Cuentos y cronicas

la vida, del paria, por boca de sus cancioneros.

Arístides Bruant, el aeda de los gueux, canta en su Mirliton:

T’es dans la rue, va, chez-toi!

La casa del mendigo, del hambriento, es la calle: la misma de los canes sin dueños. Como ellos, los caídos, están en su casa, van por todas partes en sus horribles déshabillés, se tambalean, se tienden en los bancos de los jardines públicos. La miseria les arranca hasta el último jirón de vergüenza. No son ya hombres. Y por la noche, junto a las avenidas obscuras, cerca de los puentes solitarios, o en innominables tabernas, quien les habla al oído es el crimen.

Bruant es un conocedor admirable de ese bajo mundo de París en que se agitan todas las miserias que su filosofía de cancionero sabía pintar y compadecer en su Cabaret.

«Yo no sé, escribe un conocedor del dueño del Mirliton, que nadie comprenda mejor que Bruant, y exprese como él en su verdadero «argot» la inconsciencia de esos parias de la sociedad, que ¡Dios mío! no son más malos que el común de los mortales ¡y cuán intere-

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