VISIONES PASADAS
LA MAREA
U
na vaga tristeza flota en la costa extensa y solitaria, cuando baja la marea. El agua de la bahía panameña se retira a largo trecho. Los muelles aparecen alzados sobre sus cien flacas piernas de madera. La playa está cubierta de un lodo betuminoso y salino, donde resaltan piedras deslavadas y aglomeradas conchas de ostras.
Las embarcaciones, quietas, echadas sobre un costado, o con las quillas hundidas en el fango, parece que aguardan la creciente que ha de sacarlas de la parálisis. A lo lejos, un cayuco negro semeja un largo y raro carapacho; sobre una gran canoa está, recogida y apretada entre cuerdas, la gavia. Agrupados como una quieta banda de cetáceos rojos y oscuros, dormitan los grandes lanchones. Un marinero ronca en su chalupa. Las balandras ágiles aguardan la hora del viento.
Los boteros «chumecas» arreglan sus botes y sus pangaschatas. A la orilla del mar,