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Ruben Dario

de lo fatal. Oía hablar al hierro. Mi primer amor no fué de rosas soñadas, sino de carne viva. Me amacicé desde muy temprano a los golpes de la existencia. Fuí a acariciar el pecho de la miseria. Y surgió el amor. ¿Romántico? Hasta donde dorara la pasión la más sublime de las realidades, representada en una adolescente rosa femenina. Todo, es verdad, estaba dorado por la felicidad, hasta la tristeza y la penuria de los que fuesen favoritos de mi lástima. Mis ideales de venturanza humana no se aminoraron, sin embargo; mas se dulcificaron a pesar de mis impulsos y proclamas de brega, por la virtud de una alma y de una boca de mujer. Vida, sangre y alma busco y encuentro en la mujer de mis dilecciones. Mas no por eso olvidé el sufrimiento de los que consideraba mis hermanos de abajo, cuyas primeras angustias fuí a buscar hasta las pretéritas y cíclicas tradiciones de la India. Mi carácter se encabritaba en veces,

 :¡bravo potro salvaje que no ha sentido espuelas de jinete!

No pude nunca comprender el rebajamiento de las voluntades, las villanías y miserias

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