á las criadas. Pero ya todo había pasado, no volvería más, no señor: ella lo aseguraba con una firmeza candida que hacía reir; y ahora, en premio á sus tormentos, tenía al lindo monigote, á aquel bebé de carne y hueso, a quien todos en la casa llamaban Pilin, por bautizarle con tan extravagante nombre la rústica niñera, una criadita cerril que, en opinión de algunos, la habían cazado con lazo en las montañas de Chelva. Por la mañana, cuando el señor estaba en la Audiencia salvando la sociedad á fuerza de oratoria indignada, la mamá se entretenía con Pilin, dando rienda suelta á sus aficiones de colegiala traviesa, que la maternidad no había extinguido. Madre é hijo tenían moral mente la misma edad. Pilin pataleaba como un gatito panza arriba sobre la alfombra del salón, mostrando sus rosadas desnudeces, lanzando aulliditos á falta de palabras, diciendo sin duda, en el misterioso lenguaje de la lactancia, que su mamá era una loca; y ella, ajando sus vestidos lujosos, que se llevaban la mitad de la paga del fiscal, moviendo grotescamente su linda cabecita despeinada, andaba á gatas en torno del bebé, hacía el perro para asustarle, y si sus gracias arrancaban una risita al mimado príncipe de Asturias, entonces llegaba á la demencia de su borra-
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CUENTOS VALENCIANOS