vertiginoso, con un ruido y un hervor queconmovía todo el golfo.
¿Y el esparrelló? ¡Pobrecito! quiso seguir á su corpulento enemigo, pero el hervor de la espuma le cegaba, la violenta ondulación producida por cada coletazo del reig le hacía perder camino, y á los pocos minutos se sentía rendido por una carrera tan loca.
Pero el animalito panzudo era un costal de malicias. Esforzándose, llegó hasta la cabeza del reig, y fijándose en las grandes agallas que se abrían y cerraban con movimiento automático, hizo una graciosa evolución y se coló por una de ellas.
No se estaba mal allí. Viajar gratis, á doble velocidad y acostadito en aquel nido forrado de suave escarlata, era una dicha.
— ¡Je! ¡je! ¡je!—reía socarronamente el pececillo sacando la cabeza por la ventana de su guarida.
Y el reig daba un salto, murmurando:
— Ese bicho ruin me da alcance. Oigo su
risita burlona. Corramos, corramos.
Y cada carcajada del esparrelló era como un espuelazo para el pescadote.
¡Qué loca carrera! Aquella cola poderosa batía los profundos algares, y en el ver doso espacio flotaban arremolinados los pardos hierbajos, mientras que las larvas, las indefinibles mucosidades que vivían miste-