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V. BLASCO IBÁÑEZ

milia han ido á morir faltos de respiración en la playa, yo escapo siempre, y aquí me han de caer las escamas de puro viejo.

— Lo mismo soy yo—dijo con petulancia el pececillo—; los míos se han dejado arrastrar, pero á mí no me falta ligereza, y aquí estoy. Es gran cosa el ser pequeño.

— Quita allá, bicho ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más fuerza que un caballo y capaz de llevarse por delante de un empujón todas las redes de esos pe lagatos.

Y para demostrar su fuerza, en menos de un segundo dio dos ó tres coletazos con la aviesa intención de pillar desprevenido al esparrelló, y con tanto empuje, que si lo alcanza lo revienta.

Pero el granuja se echó á un lado oportunamente, amoscado por tan villanas caricias.

— Fuerte sí que lo eres; convenido. Si no salto me partes, y eso no está bien entre personas decentes, que deben ser agradecidas. Pero en cambio soy más ligero: corro más que tú. Mira como tu cola no me alcanza.

— ¿Tú correr más?... ¡Jo! ¡jo! ¡jo! Tan graciosa era la afirmación del petulante pececillo, que el reig se revolcaba con convulsiones de risa, y sus carcajadas, so-