Era ya hora de acabar aquella situación ridicula; ¿se acostaba Marieta, sí ó no?
Y el tío Sentó hizo con tal imperio la pregunta, que la novia levantóse como un autómata, volvió su rostro á la pared y comenzó á desnudarse con lentitud.
Quitóse el pañuelo del cuello, y después, tras largas vacilaciones, el corpino fué á caer sobre una silla.
Quedó al descubierto el ceñido corsé de deslumbrante blancura, con arabescos rojos; y más arriba la morena espalda de tonos calientes, como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado y rematada por la cerviz de adorable redondez, erizada de rizados pelillos.
Aproximábase el tío Sénto cautelosamente, moviéndose al compás de sus pasos el blanducho y enorme abdomen. No debía ser tonta: él la ayudaría á desnudarse.
E intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y apartar aquellos brazos cruzados con fuerza sobre el exuberante y firme pecho, oprimido por las ballenas del corsé.
— ¡No vullc! ¡no vullc!—gritaba con angustí a la muchacha—. ¡Apartes d ahí!... ¡Fuxca!
Con fuerza inesperada empujó aquella audaz panza que la cerraba el paso, y siem-