banquete y á la luz vacilante de un velón monumental.
Por fin ya la tenía: allí estaba sentada en una poltrona de esparto, encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer.
El tío Sentó estaba intranquilo, y en la vehemencia de su pasión senil no sabía qué decir. ¡Recordons! no le había ocurrido lo mismo cuando se casó con Tomasa. Lo que hace la edad.
Por algo tenía que empezar, y rogó á Marieta que entrase al estudi. jPero bonita era la chica! ¡Criatura más terca y arisca no la había visto el tío Sentó!
No; ella no se meneaba, no entraba en el estudi aunque la matasen; quería pasar la noche en aquel sillón.
Y cuando el novio intentaba acercarse, replegábase medrosica como un caracol, faltándole poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de cuerda.
El tío Sentó se cansó de tanto rogar. Bueno; ya que ese era su capricho, que pasase buena noche.
Y agarrando rudamente el velón se metió en el estudi.
Marieta tenía un horror instintivo á la obscuridad. Aquella casa grande y desconocida, la causaba miedo; creyó ver en la