Y en vista de que le desobedecían púsose en pie y á empellones los echó al corral, donde los enardecidos mozos continuaron la fiesta arrojándose proyectiles menos limpios.
Entonces fué cuando las mujeres volvieron al banquete con el asustado cura. ¡Reina y siñora! aquello no estaba bien. Era un juego de brutos. Y se dedicaron á auxiliar á los descalabrados, que se limpiaban la sangre sonriendo, sin cesar de decir que se habían divertido mucho.
Volvieron á sentarse todos á la revuelta mesa, en la cual el vino derramado y los residuos de la comida formaban repugnantes manchas.
Pero allí no se ganaba para sustos, y algunas respetables matronas saltaron de us asientos, afirmando entre chillidos me drosos que algo iba por debajo de la mesa que las pellizcaba las abultadas pantorrillas.
Eran los chicos que, no ahitos de confites, buscaban á gatas los residuos de la batalla.
¡Qué granujería tan endemoniada! ¡Pachets... fora fora!
Y á coscorrones fué expulsada aquella invasión de desvergonzados buscadores.
Pues señor, bien iba la boda. Había que reconocer que la gente se divertía.