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CUENTOS VALENCIANOS

cansarse de tirar confites y la ronda del alcalde teniendo que abrir paso á patadas y palos.

Al pasar frente á la taberna, Marieta bajó la cabeza y palideció, viendo cómo sonreía burlonarnente su marido mirando al Desgarrat, el cual contestó á la sonrisa con un ademán indecente. ¡Ay! Aquel condenado se había propuesto amargar su boda.

El chocolate esperaba. jCuidado con atracarse! Era don Julián el notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos horas sería la gran comida. Pero á pesar de tan prudentes consejos, la gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos de dulce, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella mesa, que tenía alrededor más de cien sillas.

La novia mudábase de traje en el estu di, quedando en fresco percal, los morenos brazos casi desnudos y orillándole sobre el luciente peinado las perlas de sus agujas de oro.

El notario charlaba con el cura, que acababa de llegar con gorrito de terciopelo y el balandrán á puntas. Los convidados huroneaban por el corral, enterándose de los preparativos de la comida; las mujeres