III
Las campanas de Benimuslín iban al vuelo desde el amanecer.
Se casaba el tío Sentó, noticia que había circulado por todo el distrito, y de los pueblos inmediatos iban llegando amigos y parientes, unos á caballo en sus bestias de labranza con el sobrelomo cubierto con vistosas mantas, y otros en sus carros con sillas de cuerda atadas á los varales, en las que iba sentada toda la familia, desde la mujer con el pelo reluciente de aceite y la mantilla de terciopelo, hasta los chicos que lloriqueaban por las maternales bofetadas recibidas cada vez que atentaban á la limpieza de sus trajes de fiesta.
La casa del tío Sentó era un verdadero infierno. ¡Qué movimiento! Desde el día anterior que allí no se descansaba. Las vecinas que gozaban justa fama de guisanderas, iban por el corral con los brazos remangados y el vestido prendido atrás con alfileres, mostrando las blancas enaguas, mientras que cerca de la gran higuera algunos muchachos atizaban las hogueras de secos sarmientos.