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V. BLASCO IBÁÑEZ

nente de España, según el tío Sentó, el cual, siempre que se trataba de sacarle diputado por el distrito, estaba tan dispuesto á empuñar el garrote como á echarse la escopeta á la cara.

Y como digno final de aquella exposición, en lugar preferente ostentábanse las joyas chispeando sobre la almohadilla granate de los estuches: las uvas de perlas para las orejas, los alfileres de pecho con sus complicados colgajos, las grandes horquillas de oro para los caracoles de las sienes, las tres agujas con cabezas de apretadas perlas que habían de atravesar el airoso rodete y aquel aderezo, famoso en Benimuslín, que la siñá Tomasa había comprado en catorce onzas de la calle de las Platerías.

¡Vaya una suerte la de Marieta! Ella se hacía la modesta, enrojeciendo cada vez que ponderaban su futura felicidad, pero había que ver los lagrimones de la madre, una mujercilla flaca, arrugada é insignificante, y la emoción del carretero, que iba como un criado tras su futuro yerno, guardándole todas las consideraciones debidas á un ser superior.

Por la noche fué la lectura de las cartas. Llegó don Julián el notario en su vieja tartana acompañado de su acólito, un infeliz de cara hambrienta con el tintero de