rena, como tejido fuerte, pero con un olor á limpieza y lejía que daba gloria; todo á docenas de docenas, desde las camisas hasta los trapos de cocina, con iniciales de colores chillones y guarnecidas con profusión de randas las ropas de uso interior: los vestidos de seda, gruesos y crujientes, con vivos reflejos metálicos; las faldas de rameado percal mostrando una fresca florescencia de primavera; las mantillas con sus sutiles y complicados arabescos; los corsés blancos y negros pespunteados de rojo, delatando con impudencia en sus rígidos contornos el cuerpo de la novia; y encerrados en sus marcos de cartón, los pañolones de Manila, con aves fantásticas volando en un cielo de seda blanca, y grupos de chinos, unos bigotudos y fieros, otros pelones y bobos, admirando con sus caritas de porcelana á las sencillas muchachas, que soñaban despiertas en aquellos misteriosos países donde los hombres gastan faldas y tienen ojitos de cerdo. Después venían los regalos de los amigos, en su mayoría pilillas de agua bendita para la alcoba, con sus ángeles de porcelana; cajas con cuchillos y cubiertos de plata, y dos grandes candelabros que descollaban majestuosamente. Eran el regalo del marqués, del ¿cacique de la comarca, el hombre más emi-
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CUENTOS VALENCIANOS