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V. BLASCO IBÁÑEZ

II

Llegó el momento de las cartas dótales. El tío Sentó no hacía las cosas á medias, y además, buena era Marieta y su familia para despreciar la ocasión.

En trescientas onzas la dotaba el novio, sin contar la ropa y las alhajas pertenecientes á su primera mujer.

La casa de Marieta, aquella casucha de las afueras sin más adorno que el carro á la puerta y dos ó tres caballerías flacas en el establo, fué visitada por todas las chicas del pueblo.

Aquello era un jubileo. Todas formando grupo, cogidas de la cintura ó de las manos, pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas colchas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia ostentábanse con tal magnificencia, que arrancaban exclamaciones de asombro.

¡Reina y santísima! ¡Qué cosas tan preciosas!

La ropa blanca clasificada por tamaños, apilada en altas columnas que casi llegaban al techo, cuidadosamente doblada, algo mo-