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CUENTOS VALENCIANOS

Y los mismos que antes le despreciaban, los ricachos que volvían la cara al encontrarle, buscábanle en la taberna el día de la primera amonestación, plantándose ante el muchachote, que estaba sentado en un taburete de cuerda con la vistosa manta sobre las rodillas, la colilla pegada al labio y la mirada fija en el porrón, que herido por un rayo de sol, reflejaba inquieta mancha roja sobre el cinc de la mesilla.

— Che, Desgarrat—le decían con sorna—, Marieta se casa.

Pero el Desgarrat acogía esta burla levantando los hombros. Aquello aun había de verse. Hasta el fin nadie es dichoso, y él... ¡recordons! ya sabían todos que era muy hombre para vérselas con el tío Sénto, que también la echaba de terne.

Así era, y por lo mismo todos esperaban un choque ruidoso.

Allí iba á pasar algo.

Al tío Sentó—según propia afirmación—nadie le ganaba á bruto. Levantaba m ucho peso en las elecciones, tenía grandes amigos en Valencia, había sido alcalde varias veces y estaba acostumbrado á enarbolar en medio de la plaza el grueso gayato de Liria para sacudirle dos palos con la mayor impunidad al primero que le incomodaba.