hecho inaudito eran las chicas de las familias acomodadas, que, siguiendo las egoístas tradiciones, no hubieran tenido inconveniente en entregar su morena mano á aquel gallo viejo, que se apretaba la exuberante panza con la faja de seda negra y mostraba sus ojillos pardos y duros bajo el sombraje de unas cejas salientes y enormes que, según expresión de sus enemigos, tenían más de media arroba de pelo.
La gente estaba conforme en que el tío Sentó había perdido la razón. Cuanto poseía antes de casarse y todo lo que había heredado de la siñá Tomasa, iba á ser de Marieta, de aquella mosca muerta que había conseguido turbarle de tal modo, que hasta las devotas á la puerta de la iglesia murmuraban si la chica tendría hecho pacto con el malo y habría dado al viejo polvos seguidores.
El domingo en que se leyó la primera amonestación, el escándalo fué grande. Después de la misa mayor, había que oir á los parientes de la siñá Tomasa. Aquello era un robo, sí señor; la difunta se lo había dejado todo á su marido, creyendo que no la olvidaría jamás, y ahora el muy ladrón, á pesar de sus años, buscaba un bocado tierno y le regalaba lo de la otra. No había justicia en la tierra si aquello se consentía.