Retorcíase sobre los adoquines como una lagartija partida en dos, agarrábase el vientre allí donde había sentido la fría hoja de la navaja, comprimiendo instintivamente el bárbaro rasgón, al que asomaban los intestinos cortados, rezumando sangre é inmundicia.
Corría la gente desde los dos extremos de la calle, para agolparse en torno del caído; sonaban pitos á lo lejos, poblándose instantáneamente los balcones, y en uno de ellos la siñá Serafina, en camisa, desmelenada, sorprendida en su primer sueño por el grito de su hijo, daba alaridos instintivamente, sin explicarse todavía la inmensidad de su desgracia.
Pepeta retorcíase con epilépticas convulsiones entre los brazos de varios vecinos; avanzaba sus uñas de fiera enfurecida, y no pudiendo llegar hasta el Menut, le escupía á la cara siempre los mismos insultos con voz estridente, desgarradora, que despertaba á todo el barrio:
— ¡Lladre!... ¡Granuja!...
Y el autor de todo estaba allí, sin huir, con su figurilla triste y desmedrada, el cuello desollado por varios arañazos, el brazo derecho teñido en saDgre hasta el codo y la navaja caída á sus pies. Tan tranquilo como al degollar reses en el Matadero, sin