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V. BLASCO IBÁÑEZ

á hacer pinitos ya le limpiaría los mocos el otro. Vava... á cantar. No debía turbarse la

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buena armonía por un bicho así.

Y la tertulia reanudó su canto débilmente, de mala gana, mirando todos con el rabillo del ojo á los dos que estaban plantados en el arroyo, frente a frente.

Que la que aquí es prima donna, reina en mi casa será...á...á

Pero al hacer una pausa se oyó la voz del Menut, que (leda lentamente, con rabia. y acentuando las palabras como si las mascase:

— Tú eres un morral... sí señor; un morral.

Todos se pusieron en pie, rodaron las sillas, cayó el acordeón al suelo, lanzando un quejido, pero... ¡quiá! por pronto que acudieron ya era tarde.

Se habían agarrado como gatos rabio sos, clavándose las uñas en el cuello, empujándose, resbalando en las cortezas de sandía y lanzando sucias blasfemias.

Y el Cubano de pronto se bamboleó para caer como un talego de ropa, y en aquel momento desvanecióse la melosidad antillana, y el leuguaje de la niñez reapareció junto con la desgracia.

— ¡Ay, maremehua!... ¡Mare mehua!