Adivinaba la voz de ella, rígida y f ría <? omo siempre, y la otra aguda y mimona, la del cubano, que decía: Vente conmigo, con una intención que al Menut parecía arañarle en el pecho. Conque vente conmigo, ¿eh?... ¡Cristo! Aquella noche iba á arder todo en la calle de Borrull.
Y se lanzó fuera del cafetín sin llamar la atención de los bebedores, acostumbrados á tan nerviosas salidas.
Ya no era el alma en pena; iba rectamente á su sitio, á aquel corro maldito que tantas noches había sido su tormento.
— Tú, Cubano, ascolta.
Movimiento de asombro, de estupefacción. Calló el organillo, cesó el coro y Pepeta levantó fieramente la cabeza. ¿Qué quería aquel píllete? ¿Había por allí algún borrego que robar?...
Pero sus insolencias de nada sirvieron. El licenciado se levantaba estirando fanfarronamente su levitilla de hilo.
— Me paese... me paese que ese muchachito se la va á cargar por torpe.
Y salió del corro, á pesar de las protestas y consejos de todos.
Pepeta se había serenado. Podían estar tranquilos; ella lo aseguraba. No llegaría la sangre al río. El Menut era un chillón que no valía un papel de fumar, y si se atrevía