á la puerta del cafetín, con la garganta abrasada por el amílico y el corazón en un puño, oyendo de cerca las bromitas de sus amigachos y á lo lejos las canciones del corro de Pepeta, unos retazos de zarzuela repetidos con monotonía abrumadora.
Pero ¡qué cargantes eran los amigos del cafetín! ¿Que Pepeta no le quería ya? Bueno; dale expresiones... ¿Que él era un chiquillo y le faltaba esto y lo de más allá? Conformes; pero aun no había muerto, y tiempo le quedaba para hacer algo. Por de pronto, á Pepeta y al Cubano se Jos pasaba por tal y cual sitio. Ella era una carasera y él un mariquita con su hablar de chiquillo y su peluca rizada. Ya les arreglaría las cuentas.... A ver, tío Panchabruta: otra águila de petróleo refinado. De aquel que está en el rincón, en el temible tonel que ha enviado al cementerio tres generaciones de borrachos.
Y el fresco vientecillo, haciendo ondear la listada cortina de la puerta, arrojaba todos los ruidos de la calle en el ambiente del cafetín, cargado del calor del gas y los vahos alcohólicos.
Ahora cantaban á coro en casa de Pepeta:
Vente conmigo y no temas estos parajes dejar...