mañanas revendía fruta en el Mercado, y con su falda acorazada, pañuelo de pita, patillas en las sienes y puntas de bandolina en la frente, pasaba la vida á la puerta de su casa, tan dispuesta á arañarse con la primera vecina como á conmover toda la calle con alguno de sus escándalos de muchachota cerril.
La gente consideraba naturales y justas las relaciones cada vez más íntimas entre Visentico y Pepeta. Eran la pareja más distinguida del barrio, y además, antes de que él se fuese á Cuba ya se susurraba si había algo entre ellos.
Lo que ya no le parecía tan claro á la gente es lo que diría el Menut, un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero para repartir la carne; un píllete con la mirada atravesada y grandes tufos en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y d^ quien se murmuraba si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros.
La Pepeta estaba loca; sólo una caprichosa como ella podía haber aguantado dos años los celos machacones y las exigencias tiránicas de un granuja rabiosillo, al que ella con su potente brazo de buena moza era <sapaz de deshacer la cara de un solo revés.
Y ahora iba á ocurrir algo. ¡Vaya si ocurriría! Adivinábanlo los vecinos sólo con