una armadura de espejos en la que se reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes rayos.
La bestia, que iba á lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, deslumbrada, y comenzó á retroceder.
El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la leyenda wagneriana el valeroso Sigf rido marchaba al encuentro del dragón Fafner.
Los rayos de la armadura anonadaban á la fiera, Su espantable figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola á retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡Brrrr!
¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza