El suceso tuvo resonancia, y las comadres de Benicófar se agrupaban á la puerta de la casucha para ver de lejos á La Borracha tendida en el ataúd de los pobres y á Dimòni en cuclillas junto á la muerta, voluminoso, lloriqueando y con la cerviz inclinada, como un buey melancólico.
Nadie del pueblo se dignó entrar en la casa. El duelo se componía de media docena de amigos de Dimòni, haraposos y tan borrachos como éste, que pordioseaban por los caminos, y del sepulturero de Benicófar.
Pasaron la noche velando á la difunta, yendo por turno cada dos horas á aporrear la puerta de la taberna pidiendo que les llenasen una enorme bota, y cuando el sol entró por las brechas del tejado, despertaron todos, tendidos en torno de la difunta, ni más ni menos que los domingos por la noche cuando en fraternal confianza caían en algún pajar á la salida de la taberna.
¡Cómo lloraban todos!... Y ahora la pobrecita estaba allí en el cajón de los pobres, tranquila como si durmiera, y sin poder levantarse á pedir su parte. ¡Oh, lo que es la vida!... ¡Y en esto hemos de parar todos!
Y los borrachos lloraron tanto, que al conducir el cadáver al cementerio todavía les duraba la emoción y la embriaguez.
Todo el vecindario presenció de lejos el