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CUENTOS VALENCIANOS

lámpara que debía estar ardiendo centenares de años, y tendido en una cama de mármol un tío muy grande, con la barba hasta el vientre, los ojos cerrados, una espada enorme sobre el pecho y en la cabeza una toalla arrollada con una media luna.

— Será un moro—interrumpió ella con suficiencia.

Sí, un moro. ¡Qué lista era! Estaba envuelto en un manto que brillaba como el oro, y á sus pies una inscripción en letras enrevesadas que no las entendería el mismo cura; pero como yo era pintor, y los pintores lo saben todo, la había leído de corrido. Y decía... decía... ¡ah, sí! decía: «Aquí yace Alí-Bellús; su mujer Sarah y su hijo Macael le dedican este último recuerdo. »

Un mes después supe en Valencia lo que ocurrió apenas abandoné el pueblo. En la misma noche, la siñá Pascuala juzgó que era bastante heroísmo callarse durante al gunas horas, y se lo dijo todo á su marido, el cual lo repitió al día siguiente en la taberna. Estupefacción general. ¡Vivir toda la vida en el pueblo, entrar todos los domingos en la iglesia y no saber que bajo sus pies estaba el hombre de la gran barba, de la toalla en la cabeza, el marido de Sarah, el padre de Macael, el gran Alí-Be-