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CUENTOS VALENCIANOS

Por eso veía con desagrado por las tardes cómo invadían la iglesia algunas vecinas del pueblo, comadres descaradas y preguntonas que seguían el trabajo de mis manos con atención molesta, y hasta osaban criticarme por si no sacaba bastante brillo al follaje de oro ó ponía poco bermellón en la cara de un angelito. La más guapetona y la más rica, á juzgar por la autoridad con que trataba á las demás, subía algunas veces al andamio, sin duda para hacerme sentir de más cerca su rústica majestad, y allí permanecía, no pudiendo moverme sin tropezar con ella.

, El piso de la iglesia era de grandes ladrillos rojos, y tenía en el centro, empotrada en un marco de piedra, una enorme losa con anilla de hierro. Estaba yo una tarde imaginando qué habría debajo, y agachado sobre la losa rascaba con un hierro el polvo petrificado de las junturas, cuando entró aquella mujerona, la siñá Pascuala, que pareció extrañarse mucho al verme en tal ocupación.

Toda la tarde la pasó cerca de mí, en el andamio, sin hacer caso de sus compañeras que parloteaban á nuestros pies, mirándome fijamente mientras se decidía á soltar la pregunta que revoloteaba en sus labios. Por fin la soltó. Quería saber qué