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V. BLASCO IBÁÑEZ

de trencilla de esparto del más fino, como la puede tener el cura del pueblo.

El Señor, arrellanado muy á su gusto, se enteraba de los negocios de Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos.

— Bien, muy bien—decía—. Esto te enseñará á no aceptar los consejos de tu mujer. ¿Creías que todo iba á ser la sopa boba del Paraíso? Rabia, hijo mío, trabaja y suda; así aprenderás á no atreverte con tus mayores.

Pero el Señor, arrepentido de su dureza, añadió con tono bondadoso:

— Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo sólo tengo una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva, acércame esos chicos.

Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los examinó atentamente un buen rato.

— Tú—dijo al primero, un gordinflón muy serio, que le escuchaba con las ce jas fruncidas y un dedo en la nariz—, tú serás el encargado de juzgar á tus semejantes. Fabricarás la ley, dirás lo que es delito, cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes á una